lunes, 23 de junio de 2008

¡Ay del que edifica con sangre la ciudad!

Declaración del Consejo Latinoamericano de Iglesias sobre la guerra en Irak

La intervención militar unilateral de una coalición liderada por Estados Unidos en Irak demuestra que vivimos en una nueva etapa histórica, en la cual la política internacional de la única superpotencia del planeta está guiada por una visión geopolítica y por la que se arroga el derecho de realizar guerras ‘preventivas’ allí donde existan o puedan existir eventuales amenazas a su seguridad nacional. Como Babilonia en los tiempos de Habacuc, un imperio intenta imponer su voluntad al resto del mundo. Este imperio contemporáneo, que ejerce su dominio preferiblemente por intermedio de sus instituciones económicas, no vacila en emplear su insuperable y sofisticada maquinaria militar contra aquellos gobiernos que levantan algún tipo de obstáculo a sus designios e intereses.
La intervención de Estados Unidos en Irak representa un severo golpe a la ya frágil credibilidad del sistema de Naciones Unidas que, a pesar de sus evidentes fallas y defectos, posibilitó en muchas instancias que las naciones civilizadas del planeta dirimieran sus diferencias en el marco del derecho internacional. Significa, además, una ruptura del frágil equilibrio de poder en el Mediano Oriente junto al inicio de una profunda fractura en la configuración geopolítica del planeta. Fractura que afecta y se extiende a otras potencias de Europa y Asia.
Esta guerra se ha realizado con el objetivo declarado de luchar contra el terrorismo y liberar al pueblo iraquí. Pero el combate contra el terrorismo, tarea que debe concitar el esfuerzo de todos los hombres y mujeres de buena voluntad en el planeta y contar con el apoyo irrestricto de las iglesias, debe librarse dentro del marco de la ley y del derecho, reconociendo, además, que la lógica extrema del terrorismo se alimenta de humillaciones e injusticias, como las que acaban de instalar los EEUU y sus aliados con esta guerra impuesta a un país de por sí agobiado por la destrucción que le ha impuesto la ambición. El objetivo de "liberar" al pueblo iraquí constituye una grosera violación del principio de la soberanía y la autodeterminación de los pueblos. No se puede combatir la violencia con más violencia, ni imponer la democracia a punta de misiles.
En las últimas semanas, nuestras iglesias han orado insistentemente por la paz, pidiendo que la cordura y la razón prevalecieran sobre la soberbia del poder. Del Río Bravo a la Patagonia, creyentes de nuestras congregaciones marcharon codo con codo con miles y miles que manifestaron su más vehemente oposición a la guerra y apoyaron los caminos de la diplomacia en el marco del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. En esas acciones nos sostuvo la promesa de que aquellos que trabajan y se esfuerzan por la paz, serán reconocidos como hijos e hijas de Dios. (Mateo 5, 9)
Ahora, a pesar de nuestras oraciones y acciones públicas, esa guerra ha sido desatada, en flagrante violación del derecho internacional y en desafiante desprecio a la opinión de las grandes mayorías. Por eso, cuando nos asaltan las primeras imágenes de niños y niñas destrozadas por la metralla –eso que los militares y periodistas llaman eufemísticamente "daño colateral", imágenes censuradas por unos medios de comunicación que siguen las pautas dictadas por sus gobiernos—, nos embarga el mismo grito angustiado del profeta Habacuc: "¿Hasta cuándo, Jehová, gritaré sin que tú escuches, y clamaré a causa de la violencia sin que tú salves?" (Habacuc 1, 2)
El mismo libro de Habacuc nos ofrece algunas claves para discernir el momento histórico y ayudarnos a vivir espiritualmente a la altura de sus complejos desafíos. Los imperios nacen, crecen, se enseñorean del mundo y terminan su ciclo vital en la ignominia moral como consecuencia de su vaciamiento ético. A quienes hoy evocan, en vano, el nombre de Dios para buscar a toda costa la legitimación de actos que por su perversión son contrarios a la ley de Dios, debemos recordarle la letanía de ayes de Habacuc. A quienes hoy, llenos de soberbia, se dan el lujo de ignorar los llamamientos a la sensatez y al derecho, les recordamos el pasaje del salmista: "Porque tú no eres un Dios que se complace en la maldad, el malo no habitará junto a ti. Los insensatos no estarán delante de tus ojos; aborreces a todos los que hacen iniquidad. Destruirás a los que hablan mentira; al hombre sanguinario y engañador abominará Jehová". (Salmo 5, 5-6)
Por lo dicho y en estos tiempos difíciles, donde parece imperar el absurdo de la sinrazón humana, declaramos:
Nuestro profundo pesar de que el mundo cristiano haya visto interrumpido bruscamente el tiempo de reflexión y reconciliación a que debe movernos la Cuaresma, a causa de esta intervención militar que procede del liderazgo de una nación que se llama a sí misma cristiana.
Nuestra aflicción y nuestra condena por las muertes ocurridas y las que sobrevendrán por causa de este vergonzoso, inmoral e ilegal acto de guerra.
Nuestra exigencia de que los responsables por la invasión a Irak se arrepientan, mientras oramos a Dios para que tenga misericordia de quienes masacran arbitrariamente la vida de seres humanos hechos a Su imagen y semejanza.
Nuestra solidaridad sin reserva con el clamor de los millones y millones que, de un lado a otro del planeta, piden el cese inmediato de las hostilidades y la búsqueda de una solución a la crisis iraquí en el marco del derecho internacional.
Nuestra oración a Dios para que nos conceda el discernimiento que nos capacite para ser agentes efectivos de reconciliación y constructores de la paz en medio del odio y de la violencia.
Nuestro profundo aprecio por la actitud valerosa y digna de las iglesias hermanas de los Estados Unidos que, a riesgo de ser caracterizadas como antipatrióticas, han levantado una voz profética para condenar el uso de la fuerza por parte de su gobierno, dando ejemplo de integridad ética y moral, y ofreciendo con ello un auténtico testimonio cristiano.
La necesidad de que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas intervenga para ponerle freno a esta arbitraria destrucción a que un sofisticado aparato militar y tecnológico ha sometido al pueblo milenario de Irak.

Frente a los que tienen el poder, pero no la razón, ¡levantamos como un estandarte nuestra confianza en un Dios que reina y juzgará a los pueblos con justicia! (Salmo 96, 10)
Frente a la tentación de cruzarnos de brazos y resignarnos frente a un hecho consumado, llamamos a los cristianos y a todas las mujeres y hombres de buena voluntad a no cejar en sus oraciones, en sus denuncias y en sus acciones no violentas para resistir por la vida.
Frente a la desesperación que nace de nuestra impotencia y nuestra debilidad, las iglesias y organismos del Consejo Latinoamericano de Iglesias les exhortamos a buscar en el ejemplo de la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro común Señor la razón de nuestra fuerza y esperanza.
Que el mismo Señor de paz nos dé siempre su paz. Y que la gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos y cada uno de nosotros, ahora y siempre. Amén.

Mesa Ejecutiva del Consejo Latinoamericano de Iglesias
En tiempos de Cuaresma, el martes, 25 de marzo del 2003

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