sábado, 26 de enero de 2008

La 'doctrina' como factor de unidad e identidad


Deuteronomio 4:1-8; Hechos 2:36-47



Mi corazón te entrego oh Dios, pronto y sincero

Juan Calvino


Los cristianos –junto con los judíos- somos el pueblo del libro, el pueblo de la Biblia. Esta pequeña biblioteca ha iluminado la vida de millones de personas alrededor del mundo y ha dado también sentido a su existencia. Hemos fomentado que traigan nuevamente la Biblia a la Iglesia, porque eso permite un contacto más cercano y cotidiano con nuestro libro de texto como creyentes en Jesucristo. La Biblia nos dice claramente que el Primer y más Grande mandamiento es este: “Oye, [escucha] Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón…” (Dt 6:4-6, RVR-60)[1].

La Versión Popular (Dios Habla Hoy) dice: "Oye, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Grábate en la mente todas las cosas que hoy te he dicho..." (Dt 6:4-6). Como puede verse, la palabra “corazón” aparece 2 veces en el texto bíblico de RVR-60, pero la VP lo traduce la segunda vez (v. 6) como “mente”; esto es así, porque corazón en un sentido bíblico designa el “órgano de la razón y de las decisiones éticas del ser humano”[2]; ya que estamos tan cerca del mes del amor y la amistad, conviene decir que el significado bíblico del término corazón no tiene nada de romántico (al menos en este caso), como veremos a continuación. ¡Sí, aunque deje salir un largo suspiro de lo más profundo de su corazón!

Este pequeño texto bíblico deuteronomista, es “el corazón [centro] de la fe bíblica”[3]. Jesús lo sabía muy bien. El Maestro de Galilea nos enseñó varias cosas en la lectura que Él hace de las Escrituras del AT, sobre todo en este texto, porque rescata fielmente el sentido original del Shemá: "Jesús le respondió: El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento" (Mc 12:29-30). Parecería que la frase: 'y con toda tu mente', es un añadido posterior que no aparecía originalmente en el Primer Testamento, pero como explicaremos, es la idea que subyace ya, en el texto veterotestamentario que Jesús está citando. De ahí que el escriba que había inquirido al Maestro, haya entendido bien la idea que Jesús quiso trasmitir, a Dios se le ama también con el entendimiento: "Entonces el escriba le dijo: Bien, Maestro, verdad has dicho, que uno es Dios, y no hay otro fuera de él; y el amarle con todo el corazón, con todo el entendimiento, con toda el alma, y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, es más que todos los holocaustos y sacrificios" (Mc 12:32-33). ¡Jesús, igual que la teología del Deuteronomio, nos invita a amar a Dios con la mente! Dios no quiere solamente corazones dispuestos, desea mentes abiertas que le amen ardientemente. A Dios se le ama también con la mente y no sólo con el corazón. Juan Calvino decía: "Señor, toma mi corazón envuelto en llamas: cabeza, corazón y acción". Como buenos presbiterianos, debemos amar a Dios con la razón y no únicamente[4] con el corazón. ¡La fe bíblica es la iluminación de la razón! -escribía Karl Barth-, de ahí que la fe bíblica no sea anti, supra, infra ni irracional.

Esta larga introducción o circunlocución, nos conecta con el tema del presente sermón: La doctrina como factor de unidad e identidad. Juan A. Mackay decía que los presbiterianos somos “un pueblo con mentalidad teológica”, porque los cristianos reformados nos preocupamos no sólo por leer las Escrituras, sino sobre todo, por entenderlas, por “escudriñarlas” o estudiarlas a profundidad (Jn 5:39). En ese sentido, la Biblia muestra la importancia de la enseñanza y el aprendizaje mismo de las Escrituras para el pleno desarrollo del creyente (Dt 4:1, 5-6). Las Sagradas Escrituras nos muestran una y otra vez la importancia de la educación teológica para el crecimiento continuo del cristiano. Los beneficios de la educación cristiana son imponderables porque nos permiten amar más y mejor a Dios, en la medida que lo conocemos bien. Dios desea que seamos un “pueblo sabio y entendido” (Dt 4:6). Moisés le dice al pueblo de Israel: “Nuestro Dios me ha ordenado enseñarles todos sus mandamientos, para que ustedes los obedezcan en el territorio que van a ocupar. Así cuando los demás pueblos oigan hablar de ellos, [de los mandamientos] dirán de ustedes que son un gran pueblo, sabio y entendido, pues tienen buenas enseñanzas y saben obedecerlas” (Dt 4:5-6, TLA). ¡La sabiduría está en la obediencia!

Por su parte, el libro de Hechos de los Apóstoles nos habla de la expansión y crecimiento de las primeras comunidades de creyentes y resalta que eran una iglesia que perseveraba “en la doctrina de los apóstoles”, esto es, en la enseñanza de los apóstoles (Hch 2:42). La doctrina no es otra cosa sino la enseñanza de las Escrituras en términos teológicos. Por eso, cuando aquí estoy hablando de “doctrina” la entiendo en este sentido. Entonces, perseverar en la doctrina es ser fieles a la enseñanza contenida en la Biblia. La NVI en 2:42 dice: “Se mantenían firmes en la enseñanza de los apóstoles…”. En el original griego,[5] la palabra que se traduce por “doctrina” o “enseñanza” es didajé o didaché, y significa primariamente, instrucción o enseñanza. Así, cuando la RVR-60 dice que los primeros creyentes perseveraban “en la doctrina de los apóstoles”, significa que se mantenían fieles a lo que lo que se les había enseñado a través de los apóstoles. Esa instrucción apostólica, esa “doctrina”, les permitía mantenerse unidos bajo una misma enseñanza y también les brindaba una sólida identidad. El texto bíblico “enseña” entonces, que la doctrina es un factor de unidad e identidad, además de que la doctrina nos permite estar instruidos en el conocimiento de la Palabra de Dios.

Los presbiterianos o reformados no debemos glorificar la ignorancia, porque la ignorancia en nada glorifica a Dios. Seamos fieles a nuestra larga tradición reformada y reformadora, en aras de llegar a ser ese pueblo sabio y entendido, una comunidad de creyentes instruida en las Escrituras que vive en unidad e identidad.


Prompte et sincere.
Pbro. Emmanuel Flores-Rojas,

INP “San Pablo”, 27/01/08.


Referencias bibliográficas:
[1] La traducción en lenguaje actual (TLA) traduce así: “¡Escucha pueblo de Israel! Nuestro único Dios es el Dios de Israel. Ama a tu Dios con todo lo que piensas, con todo lo que eres y con todo lo que vales. Apréndete de memoria todas las enseñanzas que hoy te he dado” (Dt 6:4-5). Aquí también se resalta la mente y la memoria en el acto de amar a Dios.
[2] Sánchez, Edesio, Deuteronomio, Ediciones Kairós, Buenos Aires, 2002, p. 188.
[3] Idem. El subrayado es mío.
[4] Álex Grijelmo (citando a Rafael Lapesa: Historia de la lengua española) ha resaltado el uso (¿y abuso?) de la palabra “mente” y su importancia a partir de la tradición cristiana, como sufijo de muchas palabras en español (sobre todo adverbios). “El éxito del cristianismo –dice- tras la dominación romana tuvo su repercusión en el lenguaje: su influencia espiritual alentó, por ejemplo, la formación de los adverbios terminados en “mente”: buenamente, sanamente: lo que es bueno o es sano para la mente; y eso lo asumieron miles y miles de personas, constituyendo un fenómeno masivo de evolución de la lengua, como fruto de la obsesión por el análisis de la propia conciencia y el afán por ver en los actos sus intenciones”. La seducción de las palabras, 2ª ed., Suma de Letras, S.L., Madrid, 2004, pp. 34-35.
[5] Es imposible vertir aquí, el texto bíblico griego que aparece en la versión impresa del presente sermón.

1 comentarios:

A las 9 de febrero de 2008, 0:22 , Blogger Cartelera Rock ha dicho...

Me gustaron bastante los articulos escritos!!!
Que Dios te siga bendiciendooo

 

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