viernes, 8 de febrero de 2008

LA EMBESTIDA GNÓSTICA 2

LA DOCTRINA CRISTIANA DE LA CREACIÓN

Decíamos en el sermón pasado de esta serie de sermones, que el gnosticismo era una religión soteriológica, es decir, tenía una doctrina de salvación. El gnosticismo fue especialmente peligroso para la Iglesia Antigua, porque trataba de desvirtuar las doctrinas cristianas con ideas completamente ajenas a la mentalidad bíblica. Por eso, representó un verdadero desafío para la naciente fe cristiana. Desde muy pronto podemos encontrar a los Padres de la Iglesia identificando las doctrinas erróneas del gnosticismo y que amenazaban con llegar a formar parte del sistema doctrinal de la Iglesia. Las doctrinas que más peligraban eran, entre otras, las de la encarnación y muerte de Jesucristo, la de la resurrección y la de la creación, etc.

El gnosticismo se opone a la doctrina cristiana de la creación porque ve en el mundo material, no la obra del Dios eterno, sino la obra de algún ser inferior y en cierto sentido malo e ignorante. Según los gnósticos, las cosas de este mundo son, no sólo de escaso valor, sino hasta malas y condenables. En esto se oponen a la doctrina cristiana que -siguiendo las antiguas enseñanzas judías- afirma que todas las cosas han sido hechas por Dios. El Dios del Antiguo Testamento, como el del Nuevo, es el Dios que se revela a su pueblo en todas las cosas físicas que Él ha creado (cfr., Salmo 19). Como consecuencia de esta doctrina de la creación, el cristianismo afirma que Dios actúa en la historia, y en ello se opone radicalmente al gnosticismo, que no ve sentido alguno en la historia de este mundo.[1]

La Biblia afirma con claridad meridiana que Dios creó el mundo, con eso se abre la revelación bíblica. Esta es una doctrina fundamental de la fe cristiana; de hecho, los cristianos reformados creemos que Dios también se revela de una forma especial en las “obras de creación”. Así lo afirma la Biblia cuando dice: “Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Sal 19:1).[2] En contra de lo que enseña el gnosticismo, la creación es buena, porque Dios así la quiso. “Todo lo hizo hermoso en su tiempo, y ha puesto eternidad en el corazón del hombre, sin que este alcance a comprender la obra hecha por Dios desde el principio hasta el fin” (Ec 3:11).

Entonces, la Biblia nos muestra que la idea gnóstica de un mundo malo, creado por un dios inferior y distinto al Padre, no es así, sino que el Dios del Antiguo Testamento (Yahvé), es el mismo que se nos ha revelado en Jesucristo, su Hijo Unigénito, en el Nuevo Testamento.
1Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, 2en estos últimos días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo y por quien asimismo hizo el universo. 3Él, que es el resplandor de su gloria, la imagen misma de su sustancia y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, 4hecho tanto superior a los ángeles cuanto que heredó más excelente nombre que ellos. (Heb 1:1-4)
Este texto bíblico muestra claramente que el Dios de Génesis, es el mismo que ahora habla en el NT (v. 1) a través de su Hijo (v. 2). Además por medio de Él, hizo el universo, cuando el Padre creaba con su Palabra soberana todo cuanto existe, ahí estaba el Hijo y el Espíritu. (Cfr., Jn 1:1-3, 14-18; 1 Co 8:6; Col 1:15-17). No sólo la creación es buena, sino que tenemos la responsabilidad de cuidarla, porque ella misma gime dolores de parto esperando la manifestación gloriosa de los hijos de Dios (Rm 8:19-22).
La doctrina de la creación de Dios es tan importante que “basta con abrir la primera página de la Biblia (Gn 1:1) y luego compararla con la última página (Ap 21:1ss), para darnos cuenta del tema de la creación como eje decisivo de todo el pensamiento bíblico”[3]. Dios sigue creando, sigue sustentando su creación, está interesado por ella. Así mismo, nos ha dado la responsabilidad de cuidarla, como al primer hombre. “15Tomó, pues, Jehová Dios al hombre y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo cuidara” (Gn 1:15). Por eso los presbiterianos no creemos en el “rapto”, como si Dios nos fuera a sacar del mundo para “salvarnos”. Ese es un auténtico escapismo de la fantasía apocalíptica. “Los cristianos que confían en que han de ser <> y abandonan el mundo a su suerte, desconocen el amor de Cristo y no podrán responder a las preguntas del Juez Supremo acerca de las obras de misericordia. Su destino es descrito con bastante claridad en el capítulo 25 de Mateo”[4]

[1] González, J. L., Historia del cristianismo: desde los principios hasta nuestros días, t. 1, Caribe, Colombia, 1992, p 127.
[2] Cfr., Rm 1:19-20 “19Lo que de Dios se puede conocer, ellos lo conocen muy bien, porque él mismo se lo ha mostrado; 20pues lo invisible de Dios se puede llegar a conocer, si se reflexiona en lo que él ha hecho. En efecto, desde que el mundo fue creado, claramente se ha podido ver que él es Dios y que su poder nunca tendrá fin. Por eso los malvados no tienen disculpa”. (DHH)
[3] Stam, J. B., Las buenas nuevas de la creación, Nueva Creación, Grand Rapids, 1995, p. 13.
[4] Moltmann, J., La justicia crea futuro: política de paz y ética de la creación en un mundo amenazado, Sal Terrae, Bilbao, 1989, p. 54.

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